Sunday, January 16, 2022

Nunca me han gustado los perros, pero hoy quiero escribir sobre uno


Desde que tengo uso de razón, tanto en mi primera casa como en donde vivo desde hace 14 años, he tenido gatos. Siempre gatos corriendo por todos lados, teniendo sus propios bebés, dando muchos en adopción, siendo ellos mis compañeros más constantes durante toda mi vida. De repente, cuando tenía 13 y me mudé a donde vivo, llegó el primer perro, para mi disgusto. 

Con la llegada de ese primer perro, llegaron eventualmente otros tres, también para mi disgusto. No odio a los perros, es solo que no me gustan. Prefiero no tener mascotas, y de tener una, preferiré por siempre a los gatos por mil razones. Entre estas están la independencia, la facilidad de una caja de arena, que no son tan emocionalmente dependientes, ni están todo el tiempo sobre mí. Los gatos solo se acercan un rato y es cuando así lo desean, no cuando se les llama, lo cual es perfecto para mí. Aparte de que nos enseñan lecciones sobre el consentimiento físico. 

Pero por algún motivo, la vida quería que a toda costa tuviera perros en mi casa, algo con lo que todavía estoy haciendo las pases. De pequeño tuve un incidente con un perro en particular, lo cual me provocó una fobia hacia ellos. Mi fobia, sin embargo, no es mi única razón para alejarme de los perros. Siempre quieren estar encima de mí, lambiendo, oliendo, y saltando de la manera más irritante posible. No me gusta su olor, ni los premios que dejan en el patio. Así mismo me desagrada el siempre limitar mis planes por los míos en particular; a veces se siente como estar amarrado a una responsabilidad que nunca quise y mucho menos pedí. En resumidas cuentas, si en lo que me queda de vida no vuelvo a tener perros, seré la persona más feliz de la tierra. 

En mi casa vivían cuatro perros, tres de los cuales ya están viejitos. Sam Soon, la mayor de las cuatro, murió el pasado 6 de enero. 

Cuando Sam Soon llegó a mi vida, era todavía una pequeña perrita (en edad, no en tamaño). Una labrador blanca, juguetona, cariñosa al extremo, traviesa, sentimental, amante a romper cosas, escaparse de la casa, y explorar su sexualidad. La llamé así por una serie coreana que había visto para el tiempo que la adoptamos, llamada "My Lovely Sam Soon". Nunca me entusiasmó la idea de tenerla, pero si la iba a cuidar, al menos me quería asegurar de ponerle un nombre que me gustara, y no caer en el cliché lamentable de "Princess", "Lady", "Fifí", o ´Chispa". 

Luego de Sam Soon llegaron otros tres, sumando a una responsabilidad sobre mis hombros que no me correspondía. En resumidas cuentas, ninguno de estos perros es mío, ni los traje yo a mi casa, pero por algún motivo, fue a mí quien le tocó cuidarlos, comprarles comida, y demás. Ya se imaginarán mi felicidad cuidando cuatro animales ajenos que todavía me hacen sentir limitado y amarrado. 

Pero no todo ha sido gris, y es por eso que escribo esto hoy. 

Sam Soon estaba ya enferma. No sé bien lo que tenía, aunque sí tengo mis sospechas. Ya estaba para llevarla al veterinario en estos días, y "ponerla a dormir" si era necesario. El 6 de enero me acosté un rato, y al despertar e ir al patio, la encontré sin vida. Nunca había visto un animal de esta manera, mucho menos uno en mi casa. La frialdad que se siente en ese momento es una que no podría explicar en palabras. No importa que sea un animal y no una persona; una muerte es una muerte, punto. Los estragos que la muerte deja a su paso se sienten de mil maneras. Todavía al salir al patio puedo verla tendida en el suelo. 

Una característica que poseo es poder apagar mis sentimientos al punto de quedarme solo con una mente vacía y fría. Supe que, si me dejaba llevar por mis emociones, no podría hacer nada al respecto. Aunque se escuche mal, en esos momentos razonaba que esa no era mi perra; era un cadáver, porque mi perra ya no estaba conmigo. Era un cuerpo, y como con cualquier otro cuerpo, se debe buscar la manera de trabajar con él y ver qué se puede hacer. 

Tras la ayuda de unas amistades, pude envolver su cuerpo, para al otro día llevarla al crematorio. Hubo un momento mientras la subía por las escaleras de mi casa que casi rompo en llanto, pero me recordé que todo dependía de mí. Estaba solo, y si yo no podía hacerlo, nadie más lo haría por mí. Aun así, no podía evitar pensar que estos eran los últimos momentos en que podría tocarla, y los últimos momentos en que ella estaría en mi casa. Aquí estaba yo, enterrando mis emociones lo mejor posible, manteniendo mi mente lo más fría que pudiese, mientras le daba a Sam Soon su último viaje. 

No la lloré realmente hasta el día que me dieron sus cenizas, y fue hasta que llegué a casa. Era demasiado el pensar que, tras 14 años con Sam Soon, ahora todo su cuerpo estaba en una pequeña caja blanca. Al sostener la caja en mis manos, no lo pude aguantar más. Me di cuenta que nunca más la volvería a ver, ni la volvería a sobar ni a jugar con ella. Jamás escucharía nuevamente sus ladridos, ni sus patitas mientras se acercaba a mí, ni consolaría sus miedos por los ruidos de los petardos. No escucharía sus llantos al irme de casa, ni pelearía más con ella por jugar y no querer comer. En cuestión de unos minutos, 14 años de acompañamiento cayeron al unísono en mi mente, y me di cuenta que la iba a extrañar mucho, a pesar de todo. 

Al momento de escribir esto, no he decidido aún qué hacer con sus cenizas. No he querido escuchar consuelos ni sollozos de nadie; me encargué de esa perra solo durante años, así que sentimientos ajenos no me interesan realmente. Solo me interesa recordarla con cariño y desearle un buen viaje a donde sea que haya ido en esta nueva etapa de su camino. 

Sam Soon fue especial. A pesar de mi disgusto en general por los perros, fue Sam Soon con su simpatía y felicidad que me ayudó a superar la fobia que le tenía a su especie. Cuando me quedé solo, parte de lo que me mantuvo en pie fue su compañía, y el no querer que ninguno de ellos sufriera; algo que me impulsó día a día fue el mantener a los perros con bien. Sam Soon llegó para enseñarme más sobre la compasión, la paciencia y el gozo. La casa se siente distinta, más fría, desde que ya no está. 

Sus estragos no se han hecho esperar. Los otros tres perros se sienten tristes todavía, y es común verlos como melancólicos. No sé hasta cuánto puedan sentir, pero sí han sentido la pérdida de uno de los suyos. No puedo quitarme de la cabeza la imagen de Sam Soon sin vida, y cómo se sentía su cuerpo cuando lo tomé. A veces me sorprendo en la noche moviendo frenéticamente a mi gatita Sansa, quien duerme conmigo, ya que al no sentirla moviéndose, he llegado a pensarla muerta también. Sé que es parte de, y que no debo pensar así; ya el sermón me lo dieron y no me interesa escucharlo. Pero no puedo evitar pensar que, al llegar a casa, la vuelva ver corriendo con alegría hacia mí. Todavía me choca el ir al patio, y no verla con los demás esperando su comida. Me sorprendo cuando abro el portón, y ella no está ahí a mi lado.

A las personas que estuvieron conmigo en esos días, gracias. Ya sea que me ayudaron con su cuerpo, o a distraerme, o a darme cariño, les agradezco muchísimo. 

No sé si esto sea un tipo de carta de despedida, o un epitafio, o simplemente un desahogo corto. Aunque el escribir se me dé fácil, todavía no sé cómo encapsular tantos años de cariño en unas simples palabras, mucho menos en un blogpost; pero espero haberlo hecho bien. Todavía me desagradan los perros, pero ella siempre tendrá un espacio intocable en mi corazón, porque fue quien me ayudó a perder el miedo.


A mi Sam Soon, donde sea que te encuentres, gracias por todo. Te extrañaré mucho, y cada día te pensaré en el atardecer, el momento donde pasaba más tiempo contigo. Cuando vea el sol ocultándose, pensaré en ti, y en la felicidad que siempre transmitías. No fuiste una perra buena, fuiste la mejor. 

Con amor, 

Ema. 

Flor que da fulgor, con tu brillo fiel, mueve el tiempo atrás, volviendo a lo que fue. Quita enfermedad, y el destino cruel. Trae lo que perdí, volviendo a lo que fue... A lo que fue.


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